
La Confesión
A la Iglesia se le ha conferido el poder de perdonar los pecados. Pero para llegar a ese perdón, es necesaria la contrición, el arrepentimiento del hombre por haber obrado mal. Y la forma de mostrar ese arrepentimiento es la Confesión, a través de la cual buscamos nuestra absolución.
La Confesión fue impuesta por Jesús.
"Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo : Recibid el Espíritu Santo, quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonareis y quedan retenidos a los que se los retuvieren". Juan, 20,23.
Así pues con estas palabras, el Señor constituyó a los Apóstoles jueces de los pecados, dándoles el poder de pronunciar una sentencia de perdón o de condenación.
Ahora bien para que un Juez, emita una sentencia, previamente, debe de conocer los hechos y ahí es donde entra nuestra Confesión, nuestra exposición de lo sucedido, nuestra auto-acusación, ya que nos acusamos a nosotros mismos de haber obrado mal.
Antiguamente la disciplina penitencial no era uniforme, el juicio de la Iglesia afectaba especialmente a los pecados graves y era bastante severo. La penitencia duraba entre 40 y 300 días, incluso uno, tres, siete, quince años y a veces toda la vida y consistía en ayunos y oraciones, en vestirse de saco (se refiere a un vestido sencillo y grosero, con cilicio) y en la exclusión de las reuniones que celebraban los fieles.
Pero este rigor provocaba grandes inconvenientes, esas penitencias tan elevadas hacía que algunas personas no se pudieran bautizar hasta los últimos años de su vida y lo más grave; se sentían excluidos, alejados de la comunidad cristiana, del perdón. La iglesia con su actitud estaba provocando una pérdida de fieles. Por ello el rigor fue disminuido, fue atenuado. En el año 217 se readmitió en la iglesia a los adúlteros, en el año 531 se readmitió a los apóstatas. Se fueron atenuando las penitencias, y viendo que los fieles estaban disminuyendo la frecuencia de la confesión, se estableció en 1215 la ley de la Confesión anual que todavía está en vigor.
El ministro de la Confesión es el sacerdote, y la Confesión ha de ser verdadera, ha de ser breve, humilde, franca y prudente.
Son necesarios cinco pasos para llevar a cabo correctamente nuestra confesión:
1.- Examen de conciencia.
2.. Dolor de los pecados.
3.. Propósito de enmienda.
4.- Decir los pecados a nuestro confesor.
5.- Cumplir la penitencia.
La finalidad ha de ser obtener la absolución, limitándose a confesar los pecados, evitando tratar otras cosas, no excusando los pecados, declarando los propios pecados absteniéndose de hablar de los ajenos.
Finalmente después de la Confesión, el confesor da la absolución, e impone la penitencia.
Comentar que el sigilo sacramental impone al confesor la obligación de no manifestar nada de lo que fue objeto de la Confesión y la de no valerse de ella. Debemos de confiar en nuestro confesor, arrepentirnos de nuestros errores, con el propósito de no volver a equivocarnos, y teniendo claro que Dios nos perdona siempre como un buen padre a sus hijos.
Emilio Blasco. Ciudadanía Cristiana.
AD MAIOREM DEI GLORIAM